24º LesGaiCineMad (II): críticas de «And Then We Danced», «Liberté», «The Ground Beneath My Feet», «Mapplethorpe», «Zen sul ghiaccio sottile», «Cubby», «Segunda estrella a la derecha», «Clément, Alex
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24 by November by 2019
El LesGaiCineMad, el festival de cine LGTB de Madrid, ha llegado a su fin con And Then We Danced como clara vencedora, al alzarse tanto con el premio del público como con los reconocimientos del jurado a mejor película e interpretación (Levan Gelbakhiani). Dentro de la Sección Oficial de largometrajes de ficción, que es a la que me he dedicado principalmente, también ha sido premiada Song Lang (mención especial), así como las latinas Yo, imposible (mejor dirección para Patricia Ortega) y Temblores (mejor guion para Jayro Bustamante), de las cuales hablé en mi última columna en compañía de otras diez cintas [ver aquí]. A catorce nuevos títulos me dedico hoy.
Levan Akin ofrece en And Then We Danced (Da cven vicekvet) la mejor película del festival que nos ocupa y una de las grandes obras LGTB del año. Levan Gelbakhiani y Bachi Valishvili encarnan respectivamente a dos bailarines folclóricos de la Compañía Nacional de Danza de Georgia, compañeros y rivales entre los que va surgiendo una atracción inevitable que pondrá patas arriba tanto su mundo como el de quienes los rodean. El trabajo de ambos intérpretes es honesto, valiente y luminoso, tanto en las confrontaciones, sean estas afectuosas o coléricas, como durante los hipnóticos momentos de baile, los cuales, además de ser muy atractivos por sí solos debido al exotismo que acarrean, están brillantemente filmados y editados, yendo además siempre más allá del propio espectáculo. Por cierto, desde su presentación en Cannes, esta conmovedora historia de amor ha desatado la homofobia en Georgia, lo que la vuelve aún más importante.
La película más controvertida del certamen, que por cierto acaba de estrenarse comercialmente en España, llega de la mano del catalán Albert Serra, que con Liberté firma un sorprendente ejercicio de estilo en torno a una orgía campestre como respuesta a la hipocresía y las falsas virtudes de 1774. No puede decirse que la trama sea muy elaborada, pero sí es innegablemente más compleja de lo que aparenta, una reflexión de las tensiones históricas. La clave, claro está, radica en la puesta en escena, un prodigio visual y sonoro que juega en todo momento con el propio espectador, así como con la, quizá incómoda, experiencia colectiva que es el cine. Sobra decir que no es para cualquiera.
Valerie Pachner, inmortalizada este mismo año por Terrence Malick en A Hidden Life, encarna en The Ground Beneath My Feet, a Lola, una eficiente consultora financiera incapaz de compaginar su trabajo con una vida social que directamente ya no tiene. El único cabo suelto es una hermana con una enfermedad mental (Pia Hierzegger) cuya existencia Lola oculta al mundo perfecto en el que hace por adentrarse, donde la apariencia y el dinero lo son todo. Marie Kreutzer compitió en la Berlinale con este absorbente drama psicológico sobre el precio de la ambición, un trabajo escrito con pasión y dirigido con elegancia que estaría tocando demasiados palos (por ejemplo, apenas se otorga un par de pinceladas a la relación de Lola con otra mujer, bien encarnada esta por Mavie Hörbiger), de no ser porque hacerlo contribuye a que el sentimiento de confusión atravesado por la fría protagonista cale en el espectador, invitándolo a revolver su propia angustia para identificarse con ella.
Matt Smith, estrella de la aclamada serie británica The Crown, encarna en Mapplethorpe a un personaje diametralmente opuesto: el polémico fotógrafo erótico Robert Mapplethorpe. Y no lo hace mal. Lástima que Ondi Timoner, que curiosamente tiene el honor de ser la única realizadora en la historia en haberse alzado dos veces con el Gran Premio del Jurado en Sundance, saque tan poco partido a su personaje, convirtiéndolo en un tópico con el que resulta imposible empatizar y volviendo inexplicablemente aburrido el fascinante contexto del Nueva York de los 70 y 80. En este biopic todo funciona lo suficiente para entretener, pero la falta de rumbo, compromiso moral o incluso sello visual impide ir más allá.
La vida de Zen (Eleonora Conti), de 16 años, gira en torno al muy físico hockey sobre hielo, pero su verdadera prioridad es otra: dejar de ser percibido como una chica. Su corazón es duro, como el hielo, pero, al igual que este, puede resquebrajarse y el motivo no es otro que Samantha (Susanna Acchiardi), la chica más popular del instituto, quien, perdida asimismo en su propia identidad, está tanto o más necesitada de cariño. Entre ambas se forja una relación que comienza con un intercambio de llaves y evoluciona, como tantas veces hemos visto en el cine, con los dos personajes aprendiendo a entenderse y, poco a poco, a quererse. Tras filmar varios cortometrajes y documentales, a menudo con el inconformismo de género en el centro, la italiana Margherita Ferri se estrena en la realización de largometrajes de ficción con sencillez y sensibilidad, permitiéndonos con Zen sul ghiaccio sottile atravesar una coraza que sólo está ahí como consecuencia de una sociedad corrupta.
Be Happy! es la película más bizarra del certamen que nos ocupa y también, para qué mentir, la más estúpida. Ventura Pons, realizador LGTB relativamente importante, firma una obra que podría perfectamente ganar el premio a peor musical de la historia de no ser porque nunca la verían suficientes espectadores para sumar tantos votos. Desde el guion más ridículo jamás escrito, lleno de dichos populares insertados sin ton ni son, hasta el incomprensible montaje y las interpretaciones forzadas, pasando, claro está, por los estáticos números musicales, absolutamente nada funciona. Ver para creer.
Emilia no sabe lo que quiere. Sí sabe, no obstante, qué no quiere: la vida convencional y heteronormativa a la que se han entregado sus amigas. La española afincada en Colombia Ruth Caudeli firma Segunda estrella a la derecha con la Frances Ha (2012) de Noah Baumbach en la cabeza pero también mucha luz propia. Estamos ante un trabajo libre y espontáneo que no teme recurrir a inesperados momentos musicales de la mano de La Oreja de Van Gogh y El Sueño de Morfeo ni siente necesidad de dulcificar a un personaje cuya perfección reside precisamente en la falta de ella: vive con su madre pese a tener ya 35 años, es incapaz de ganarse como artista nada más que piropos vacíos, carece de la responsabilidad suficiente para aceptar un “trabajo de verdad” y salta de un encuentro amoroso (o sexual) a otro, entre ambos géneros, sin entregarse del todo a ninguno. No quiere crecer, no todavía, no del modo que lo hacen los demás, y por eso sigue a la deriva, confiando en que su talento y su ingenio sirvan de algo en un mundo donde sólo parece premiarse el conformismo.
En su búsqueda de un nuevo compañero de su piso LGTB, Clément y Alex dan con Leo, un encantador estudiante que habrá de hacerse pasar por gay para encajar, arrastrando a su novia con él. Clément, Alex et tous les autres, de Cheng-Chui Kuo, es una simpática comedia en torno a la juventud contemporánea, la amistad y el amor que, al no terminar de decantarse entre la locura y el realismo, se antoja irregular pero innegablemente hace al espectador pasar un rato agradable. La frescura de Carolina Jurczak, Chloé Berthier, David Mora, Yannis Bougeard y Bellamine Abdelmalek compensa la evidente falta de rumbo.
Las dos caras del Saigón de los 80 enmarcan y protagonizan la ópera prima del vietnamita afincado en California Leon Le, la exquisita Song Lang. Dung (Lien Binh Phat) es un matón encargado de cobrar deudas a través de los bajos fondos, mientras que Linh (Isaac, estrella del pop) es un cantante de Cái Lu’ong, la ópera vietnamita, que se mueve entre colores y artificio. Ninguno imagina siquiera qué mueve el mundo del otro, pero el destino, siempre azaroso, los une violentamente. El director de fotografía Bob Nguyen y el diseñador de producción Ghia Fam, que bordan tanto las instantáneas más lúgubres como las más luminosas, entre las que sobresalen las dedicadas al espectáculo operístico. El “song lang” del título, por cierto, es un instrumento de percusión tradicional cuyos ritmos no sólo guían la ópera, sino también el alma de quien la interpreta. Esto ya valdría como metáfora de la película, pero es que además las palabras se traducen literalmente como “dos hombres”. Y de dos hombres va después de todo esta cinta, de dos hombres de mundos opuestos destinados a chocar.
Tras la sorprendente Maybe Tomorrow (2016), la filipina Samantha Lee nos entrega otra encantadora historia de amor lésbico, nuevamente con toques infantiles que la volverían idónea para combatir la homofobia de los colegios. Zar Donato y Gabby Padilla son Billie & Emma, dos adolescentes muy diferentes que vivirán una tierna historia de amor frustrada por las no siempre sencillas circunstancias de tan destartalada etapa vital. Todo se antoja demasiado simple y edulcorado, más cercano a la franquicia High School Musical (sí, también hay música) que al cine que uno espera en un festival, pero su positivismo es ciertamente idóneo para rebajar los dramas del mundo.
Receptora del León Queer de Venecia por encima nada más y nada menos que de La favorita de Yorgos Lanthimos, José cuenta la historia de un joven de 19 años que, entre pedido y pedido de comida, se entrega a encuentros sexuales casuales que la conservadora sociedad guatemalteca que lo rodea no vería con buenos ojos. El chino Li Cheng firma un trabajo minimalista y verídico que no termina de cuajar al ser tan escasa la empatía generada por su protagonista, en parte también por la inexperiencia del protagonista, Enrique Salanic. Los pocos momentos verdaderamente dramáticos, de hecho, quedan lastrados por interpretaciones forzadas, si bien la elegancia de los planos y el interés documental de la propuesta no deben desestimarse.